domingo, 26 de mayo de 2013

Maestro de Relatividad

Mis pasos resuenan sobre el suelo de mármol que me separa de la puerta tras la que voy a encontrarme con mi futuro maestro. Aún no le conozco pero, sin ni siquiera saberlo, ya estoy decidida a asistir a su clase magistral de filosofía de la vida. Conmigo siempre llevo algunos libros algo maltratados por el uso, donde parece que será difícil borrar la huella de las notas al margen escritas con la tinta de experiencias pasadas. Y sin embargo, al verle sonriente me dejo llevar por un momento y decido cambiar esos libros por un cuaderno de hojas en blanco.

Antes de comenzar nuestro particular curso transcurren unos minutos, como justo preludio de todo lo bueno, en una espera que se transforma de inmediato en la fase preparatoria de las lecciones que aún tengo que aprender. Suenan las campanas del reloj como alegoría del tiempo que empieza a contar desde ahora…

Y desde ese momento me convierto en su pupila, quizás en ambos sentidos, porque también me brinda la oportunidad de compartir con él mi forma de ver la vida, mientras me lleva de su serena mano por el camino del equilibrio.

Pero lo más curioso que me llevo de este aprendizaje es una lección de física que no esperaba en un máster de filosofía… Contigo, maestro, he aprendido que el tiempo es relativo, que el tiempo se mide en caracteres. Porque por cada letra escrita en una cálida pantalla he descubierto que ha ido pasando toda una vida. Y ya hace tanto que te conozco…

Porque sí, maestro, puedo afirmar que te conozco de toda la vida… de toda la que elijo vivir a partir de ahora…


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